La máxima popular que afirma que las sardinas deben ser consumidas en los meses sin erre, es decir, mayo, junio, julio y agosto, tiene una base científica y, aunque pueden consumirse durante todo el año, en verano están en plenitud, justo cuando se convierte en la estrella de los chiringuitos malagueños.
Para definir su calidad, lo primero de todo es comprobar su frescura, para ello debemos fijarnos en que tenga olor marino suave y agradable, textura firme y tersa y una presencia brillante que transmita viveza.
Una vez cumplido esto, la época de consumo cobra importancia, ya que, durante la temporada estival y con la subida de las temperaturas, prolifera el plancton en el mar, el principal nutriente de las sardinas, lo que hace que estén mejor alimentadas, aumentando así su proporción de grasa y sean, no solo más jugosas, sino también más sabrosas.
Además, recordemos que la sardina dispone grasas saludables omega-3, y que junto a su proteína de alto valor biológico, las vitaminas A, del grupo B, E y D, el fósforo, selenio, yodo, hierro, calcio y magnesio que tiene, hacen de la sardina un magnífico y sabroso alimento.